Una leyenda antigua de los bosques de La Malinche, Puebla
En las faldas brumosas del majestuoso volcán La Malinche, donde los árboles se retuercen como si quisieran hablar y la niebla parece tener voluntad propia, se contaba entre los pobladores de la Puebla colonial una historia temida y susurrada al caer la noche: la historia del hombre que mató al animal.
El terror en los bosques
Corría el siglo XVII. Puebla, entonces una joven ciudad en crecimiento, vivía en aparente paz, aunque sus alrededores aún estaban llenos de misterios y peligros. Los viajeros y campesinos que se aventuraban más allá de los límites del bosque comenzaban a hablar con temor de una criatura monstruosa que habitaba en las entrañas de la sierra. Se trataba, según decían, de una serpiente colosal, de escamas negras como el carbón, ojos como brasas encendidas y un aliento que dejaba la tierra yerma.
Con el paso de los meses, las historias aumentaron en horror: ganado desaparecido sin rastro, mulas encontradas muertas con marcas extrañas, árboles derribados como si algo inmenso se hubiese arrastrado entre ellos. Pero lo que selló la leyenda para siempre fue lo que ocurrió con la familia de Don Pedro Carvajal, uno de los hombres más acaudalados de la región.
La pérdida de un hijo
Don Pedro tenía un único hijo, Gaspar, un niño de apenas ocho años, curioso y valiente, que un día desapareció durante un paseo con su cuidador cerca de los límites del bosque. Lo buscaron durante días. Lo único que hallaron fue una tela rasgada con bordados finos, ensangrentada y colgando de una rama… y las profundas marcas en la tierra, como si algo pesado se hubiera arrastrado desde el claro hasta el corazón del bosque.
Devastado, Don Pedro ofreció públicamente toda su fortuna —tierras, casas, oro— a quien fuera capaz de matar al monstruo y traer evidencia de su hazaña. Muchos lo intentaron; ninguno volvió.
El extraño forastero
Una semana después, llegó a la ciudad un hombre forastero, alto, de rostro curtido por el sol y con mirada de quien ha visto horrores y no se ha rendido. Algunos decían que era un soldado renegado; otros, que había sido criado por indígenas tlaxcaltecas que lo instruyeron en los secretos del bosque. Se hacía llamar simplemente Esteban.
No pidió recompensa, ni siquiera alimento. Solo preguntó cómo llegar al lugar donde el niño desapareció. Armado con una lanza de punta de obsidiana y una cruz tallada a mano, se internó en el bosque al anochecer. Dijo que la oscuridad le ayudaría a ver lo que otros no podían.
El enfrentamiento
No se supo de él por tres días. Justo cuando empezaban a darlo por muerto, regresó cubierto de sangre seca y lodo. En sus hombros traía la cabeza cercenada de una enorme serpiente, tan grande como un tonel. La piel del monstruo tenía marcas antiguas de lanzas y flechas: otros habían intentado matarla, en vano.
Esteban no dijo mucho, solo que la criatura parecía más que un animal, como si hubiera sido alimentada por el odio de los antiguos habitantes del bosque, como si el sufrimiento de los sacrificios prehispánicos aún le diera fuerza.
El cadáver del monstruo fue exhibido en la plaza durante un día entero. Algunos juraron que aún se movía cuando nadie miraba. Luego, desapareció. Nadie supo quién lo retiró. Ni Esteban se volvió a ver. Como llegó, se fue. Algunos dicen que aún vaga por las sierras, buscando criaturas que no pertenecen a este mundo.

La leyenda vive
Desde entonces, el lugar donde ocurrió el enfrentamiento es conocido entre algunos como el Paso del Animal. Pocos se atreven a entrar ahí sin llevar un amuleto o rezar antes de cruzarlo. A veces, en noches húmedas, los pastores dicen oír un siseo lejano y pesado que sacude las copas de los árboles, como si algo antiguo aún se arrastrara en la oscuridad.
Y así, la leyenda del hombre que mató al animal permanece viva entre los ecos del viento de La Malinche, recordando que no toda bestia está hecha solo de carne… algunas, también de historia y miedo.