Iglesia de Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios,, Cholula, PueblaIglesia de Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, Cholula, Puebla

A simple vista, parece un cerro cubierto de árboles y coronado por una iglesia barroca que brilla bajo el sol poblano. Sin embargo, bajo esa colina se oculta una de las obras más colosales y enigmáticas de Mesoamérica: la Gran Pirámide de Cholula, o Tlachihualtépetl, “el cerro hecho a mano”.

Con sus 450 metros de base y 66 de altura, este gigante de adobe supera en volumen incluso a la Gran Pirámide de Egipto. Pero lo que asombra no es solo su tamaño, sino la historia y los secretos que todavía guarda bajo tierra.


El templo que nunca dejó de crecer

Los antiguos cholultecas creían que cada generación debía dejar su huella en el templo sagrado. Así, durante más de mil años, construyeron siete pirámides superpuestas, cada una más grande que la anterior.

El primer santuario estuvo dedicado a Chiconaquiahuitl, la diosa de las nueve lluvias; después se rindió culto a Tláloc, señor de las tormentas, y finalmente a Quetzalcóatl, la serpiente emplumada.

La pirámide estaba alineada con los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, pues no era solo un templo: también era un observatorio solar y agrícola. En sus patios se celebraban rituales con música, danzas y pulque. El famoso Mural de los Bebedores, descubierto siglos después, muestra a más de cien personajes en una celebración colectiva, testimonio de los vínculos entre la fertilidad de la tierra y el éxtasis ritual.


Conquista, masacre y alianza

Cuando los españoles llegaron en 1519, la pirámide ya se confundía con el paisaje. Hernán Cortés y sus hombres no contemplaron el brillo de sus muros estucados ni sus relieves policromados; en su lugar, vieron un cerro habitado.

La historia dio un giro sangriento: sobre la cima, los conquistadores perpetraron la matanza de Cholula, donde miles de indígenas fueron ejecutados.

Y, sin embargo, el destino tomó un rumbo inesperado. Tras la masacre, los cholultecas pactaron con Cortés. El antiguo centro religioso se convirtió en aliado del invasor y los cholultecas fueron parte de los contingentes indígenas que acompañaron a los españoles en la guerra contra Tenochtitlán, contribuyendo a la caída del Imperio Mexica.

Para sellar su dominio espiritual, en 1594 levantaron la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios justo en la cúspide del antiguo templo de Quetzalcóatl. Así, la montaña de adobe quedó silenciada bajo la cruz, mientras su verdadera naturaleza permanecía oculta.


El descubrimiento bajo tierra

En 1931, el arqueólogo Ignacio Marquina inició excavaciones que cambiarían para siempre la visión del lugar. Con picos, palas y paciencia infinita, abrió 8 kilómetros de túneles que revelaron los distintos corazones de la pirámide.

En la penumbra, aparecieron altares, braseros ceremoniales, pasadizos con nichos pintados y el mural de los bebedores, intacto después de más de mil quinientos años. Los túneles mostraban cómo cada fase constructiva había sido erigida sobre la anterior, como capas de tiempo petrificado.

Sin embargo, no todo fue revelado. Existen pasajes sellados, cámaras inaccesibles y zonas donde los arqueólogos prefirieron no seguir por temor a dañar la estructura… o a la iglesia que descansa sobre ella.


Entre mitos y enigmas

La imaginación popular nunca dejó de trabajar sobre el cerro de Cholula. Cuentan que fue construido por el gigante Xelhua, sobreviviente de un diluvio, quien cargaba adobes colosales hasta que los dioses detuvieron su obra con una piedra en forma de sapo.

Otros hablan de túneles secretos que comunican la pirámide con iglesias y conventos de la ciudad, o incluso con cerros vecinos. Algunos exploradores dicen haber sentido corrientes de aire gélido en pasajes cerrados, ecos extraños y una energía difícil de explicar.

Los arqueólogos han confirmado la existencia de braseros usados en rituales de fuego para consultar oráculos, posiblemente a Quetzalcóatl. Pero ¿qué más se esconde en las galerías prohibidas?


El gigante dormido

Hoy, la Gran Pirámide de Cholula sigue ahí, cubierta de hierba y coronada por la iglesia colonial. Solo una pequeña parte de sus túneles puede visitarse; el resto permanece en silencio, como si aguardara el momento de contar lo que falta.

Es al mismo tiempo templo, montaña y misterio. Una obra que une historia, mito y arqueología, recordándonos que bajo la tierra mexicana descansan aún secretos que podrían cambiar lo que sabemos sobre el mundo prehispánico.

La montaña hecha por manos humanas sigue dormida. Y, como todo gigante, quizá algún día despierte.

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